
FERNANDO J. LUMBRERAS.
Fueron cinco años de casi silencio, porque entre tanto se habían ido a México y habían sacado un Primera Fila que también dejó un gusto agradable en el paladar de los aficionados al pop, pero los que seguíamos desde hace tiempo a La Oreja de Van Gogh sentíamos que faltaba algo, un disco inédito, una decena o más de canciones que nos devolviesen su sonido inconfundible y sus historias a veces algo azucaradas. Y también sabíamos que ese regreso iba a ser por todo lo alto. Y así es.
El Planeta imaginario recupera la esencia que nunca abandonaron, es el reencuentro con esas historias algo edulcoradas pero con su carga necesaria de melancolía, es como si los hijos pródigos hubiesen regresado, renovados y fortalecidos a la senda del éxito en un tramo posterior al que se encontraban y la tranquilidad de conocer ese camino les dio alas para componer un disco brillantísimo, una producción que augura un futuro casi estratosférico en el pop español.
Hace ya mucho tiempo que La Oreja de Van Gogh es uno de esas bandas españolas referentes en el pop. Sus discos han ido saliendo espaciados, como si la ilusión de la banda se alimentase de esa espera y supieran tocar el resorte necesario para alivio del público, que puede llegar a decir: "Están en plena forma". Tal vez la ausencia de cinco años no se deba a falta de ideas para crear, sino al afán encomiable de querer hacer un buen disco, a huir del conformismo sin dejar de ser quienes son. Y lo han logrado.
Suenan a ellos, la voz de Leire limpia y melosa invita a la conmoción, a buscar parte de nuestras vidas en las canciones, a enamorarnos y desenamorar de los iconos musicales que la banda ha ido forjando álbum tras álbum, incuso cuando Amaia formaba parte de esta aventura. Y así vas viendo pasar las canciones, como una serie de escalas mágicas que llevan a ese lugar en el que aprendes a valorar la buena música. Cuando acaba la última nota del disco sabes que has llegado, que el pequeño catálogo de personajes y de situaciones se convirtió en una circunstancia necesaria. Musicalmente eres feliz, lejos de muchas cosas, un habitante de un planeta personal, para nada imaginario.
Es éste un disco para escuchar despacio, de esos que compruebas que las canciones se van quedando en la memoria. Puede que en ocasiones algo lacrimógeno, pero es que es la enseña del grupo. Las historias posibles, la desprotección, la búsqueda de confianza para reafirmar a las personas y, por encima de todo, el amor. Esta producción habla de eso y de mucho más. Metafóricamente brillante y melódicamente tendente a lo que ya habíamos escuchado, no se le ocurre mejor invitación al pop español para convertirnos en astronautas. Y eso es de celebrar.
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