29 de agosto de 2016

Así se vivió el homenaje a Juan Gabriel en la plaza Garibaldi del DF


Así se vivió la fiesta mexicana en homenaje a Juan Gabriel en la Plaza G...UNIVISIÓN.

Eran las 4:30 PM en la Ciudad de México y ninguna estación de radio estaba alarmando a la audiencia con la noticia. Solo La Zeta y 97.7 tenían especiales de Juan Gabriel donde constantemente confirmaban la información y la dejaban caer como un pisotón en la garganta. Juan Gabriel murió a las 11:30 am (hora local) en su casa de Santa Mónica, California. Era verdad.

Era una tarde lluviosa en la ciudad. El peor de los clichés para un ‘Bendito Domingo’ de despedida como este. Mientras comíamos en un restaurante oaxaqueño hablábamos del Divo de Juárez. De la loquera que debió haber sido ese cabaret, el Noa Noa, en Juárez. Del humor que hay en algunas de sus canciones, de la tristeza que hay en otras. “Se murió el Michael Jackson de México,” dijo alguien. Una verdad de esas que suenan como patada en la nuca. Es cierto. Juan Gabriel es ese ícono que desde la música construyó una nueva sensibilidad en la cultura popular mexicana. Una forma única y completamente nueva que desde la manera en la que reinterpretó rancheras se convirtió en un parteaguas entre el México de antes y un México de ahora.

“Vámonos a Garibaldi,” sugirió algún genio imprudente. La fiesta era inminente y empezó desde que en todos los rincones del país sonó por lo menos uno de los hits del Divo en su honor mientras la noticia iba alcanzando a la gente uno por uno. No hay nada alegre en la muerte de Juan Gabriel, pero su música tiene una fiesta muy borracha implícita en sus profundidades. Esta se la la debíamos a Juanga y se la íbamos a pagar aunque ya no quedaran muchas horas del domingo.

Así se vivió la fiesta mexicana en homenaje a Juan Gabriel en la Plaza G...
Fuimos primero al Palacio de Bellas Artes. Era muy probable que hubiera algo en su honor en ese recinto que, en su máximo despliegue de opulencia afrancesada y caprichosa, ofreció un espacio a Juan Gabriel durante cuatro fechas en noviembre de 1990 para ser acompañado por la Orquesta Sinfónica Nacional en uno de los conciertos más épicos en la historia de la música mexicana. En Bellas Artes no se presentaban artistas populares. Pero para ese momento Juanga ya no era solo un artista popular. “Todavía no tenemos información muy concreta. Sí va a haber un homenaje a Juan Gabriel aquí pero no hay nada confirmado todavía. Es muy pronto. Es probable que en los próximos días se de a conocer la fecha.” Nos fuimos de Bellas Artes sin nada, pero la fiesta a penas iba empezando.

Caminamos unas cuadras desde Bellas Artes hasta la Plaza de Garibaldi, situada en el norte del Centro Histórico de la Ciudad de México en el barrio de la Lagunilla, sobre del Eje Central Lázaro Cárdenas y las calles de Allende, República del Perú y República de Ecuador en la Colonia Guerrero, justo a un lado del barrio bravo de Tepito. Garibaldi es famosa por los mariachis, grupos norteños, tríos románticos y grupos de son veracruzano que se reúnen en la calle envueltos en vestimentas típicas y armados de instrumentos. Además de ser un gran atractivo turístico, para los locales es lugar más adecuado para conseguir a un mariachi que acompañe a algún enamorado a dar serenata, que alegre una fiesta de quince años o una boda.

Nunca había visto la plaza tan desierta. Los mariachis estaban desperdigados entre los puestos de elotes, discos piratas y puestos de periódicos comprando cigarros sueltos a cinco pesos. “Es domingo, ya es de noche y está lloviendo,” pensé. Qué tristeza. Nadie estaba ahí afuera celebrando la vida de el único Divo de Juárez. Un violinista de traje de charro blanco y gazné rojo me ofreció una canción por $100 pesos. Le pedí ‘Amor Eterno’ y trajo al mariachi completo para complacerme. “Como quisiera, ay, que tu vivieras,” cantó un mariachi que a pesar de su estructura de ocho elementos sonaba débil y fúnebre. “Que tus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca / Y estar mirándolos…” un chispazo iluminó el cielo de un rojo que no podía ser parte de una tormenta eléctrica. Fuegos artificiales. Para ti, Juanga querido.

“Amor eterno, e inolvidable / Tarde o temprano estaré contigo / Para seguir... amándonos,” nos despedimos de mano como se despiden quienes recogen las flores después de un funeral. “Dicen que hay un altar en el Tenampa,” escuché entre la multitud que rodeaba al mariachi durante su interpretación blanda de una de las mejores canciones de Juan Gabriel. En 1923, la vieja plaza de Garibaldi estaba rodeada de vecindades y pequeños comercios, un mercado, un expendio de pulque y una cantina llamada el Tenampa. En ese viejo recinto, propiedad de Juan Hernández Ibarra, comerciante de Cocula, Jalisco, se presentó por primera vez el conjunto Mariachi Coculense dirigido por Concepción Andrade. A partir de ese momento, la Plaza de Garibaldi se dio a conocer como lo que es ahora, un lugar para comer, beber y escuchar música típica mexicana.

Había empujones para entrar al Tenampa. Desde afuera escuché una lluvia de aplausos y un “Contigo nada nada nada nada nada nada nada / ¡Que no! ¡Que no!” Empujé a todos los que tuve que empujar, incluyendo a dos hombres con sombrero y aliento alcohólico a quienes les sonreí a modo de disculpa sin detener mi paso hacia mi búsqueda de un verdadero homenaje al querido más querido de todos.

Pedí un tequila y me sumé a la mesa de en medio, un grupo grande de chicas jóvenes rodeadas por el mariachi en turno que traían la fiesta como tenía que ser. Cantamos ‘Déjame vivir’, echamos porras a Juanga como si estuviéramos en el Estadio Azteca y luego coreamos ‘Querida’. Me perdí entre la multitud intentando encontrar el altar. Pregunté a un elemento de seguridad por el altar. Es importante recalcar que había varios policías en la entrada y dentro del Tenampa porque se esperaba una noche de fiesta nacional.

Al fondo del lugar, en la última sala, hay un retrato de Juan Gabriel en uno de los muros. Debajo del retrato de una versión muy joven del Divo de Juárez hay una mesa con flores, velas y moños negros en señal de luto. “Él estuvo presente en la develación de este cuadro que estás viendo,” me dijo Ramsés, jefe de piso del lugar. “Ya tiene muchos años que él vino a develarlo. Se dice que ese día no cerró el Tenampa, cerró Garibaldi por completo,” me contó solemnemente de espaldas a ese Juanga de dos dimensiones con un sombrero y la mirada clavada en un horizonte lejano. “Al enterarnos de su muerte, aquí en la casa le pusimos un altar en honor a este representante de nuestra música y nuestro folklore mexicano,” dijo orgulloso el encargado de la única celebración para Juanga.

Terminé mi trago. La mesa de en medio ya no era el alma de la fiesta pero pronto llegaron otras mesas y otros mariachis. Cantaron ‘No tengo dinero’, ‘Así fue’ y ‘Hasta que te conocí’ un millón de veces. Comieron. Bebieron. Las parejas bailaron y se cantaron al oído. Los turistas observaban la fiesta desde sus sillas, escoltados por algunas cervezas. Todos estaban sonriendo. Este domingo lluvioso de luto nacional se convirtió en una fiesta. Una celebración digna de la despedida del ícono que marcó para siempre la sensibilidad de toda una nación.


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