FERNANDO J. LUMBRERAS.
"Descémer Bueno brilló anoche en la capital de España". Con esta frase podríamos resumir lo que pasó ayer en la sala Changó y, con todo, nos quedaríamos cortos, le haríamos poca justicia a un músico total que parece haberse abonado al éxito con un puñado de canciones que han trascendido ya las fronteras de la música cubana y se catalogan como "Músicas del mundo". Lo de anoche fue algo más, fue el descubrimiento de cómo la humildad y el buen hacer se conjugan sobre un escenario, fue una emocionante sucesión de éxitos que encontraron a un público entregadísimo y absolutamente receptivo.
Las canciones de este cantautor cubano hablan por si solas, la conjunción mágica de ritmo, romanticismo y melodías pegadizas fabrican un discurso con el que se hace sencilla la conexión. Es sólo cuestión de dejarse llevar, de no quedarse indiferentes ante el primer compás, que aventura una canción que nos suena, así la hayamos escuchado en boca de otros.
Lo de ayer me vino a demostrar muchas cosas: la primera que no hace falta que las grandes estrellas empiecen a las 3 de la madrugada un concierto para que la sala esté llena —Changó estaba ayer a rebosar y el horario era más que aceptable—, deberían aprenderse la lección los gustosos del desvelo que fabrican expectación para ofrecerla en horarios intempestivos y con precios de entradas absolutamente desorbitados.
Para ver a Descémer en un show memorable como el de ayer no era necesario vincular la diversión de la buena música al aguardiente o otros tipos de destilados. El artista estaba allí, perfectamente plantado en el escenario, absolutamente brillante, muy bien acompañado por músicos que estuvieron a la altura, que recogieron la esencia musical de lo que es este cubano universal y que supieron imprimir personalidad y carisma.
En un músico como Bueno, con tantas y tan exitosas canciones, puede parecer fácil escoger un repertorio pero apuesto que anoche no lo fue, que viendo la humildad del artista y las inmensas ganas que tenía de cantar, se esmeró por elegir un listado de temas que recorriesen con amplitud lo más famoso y lo menos conocido de lo que ha compuesto, aunque siempre la fama haga siempre más ruido, o lo popular, que nunca se sabe.
Descémer se acercó a la gente, literalmente. Descendió de ese efímero Olimpo que muchas veces es el escenario a nuestro gozoso mundo de mortales, el suelo. Se fotografió en mitad de canciones, se abrazó con sus admiradores y, al final, su despedida, cansado, amado y disfrutado a partes iguales tal vez, se arrodilló frente a los que estábamos allí y sólo dijo: "Gracias, gracias, gracias. Dios bendiga a cada uno de ustedes". Eso fue la culminación de la revelación de la sencillez. Nunca lo había visto.
Quien les escribe ha sido testigo de conciertos memorables, de otros con menos fortuna y, hasta si se me permite, de auténticos despropósitos, pero nunca vi algo así, todo un artista top actuando como un recién llegado al mundo de la música, con un auditorio que coreaba su nombre a media luz y con la sensación de que cuanto había entregado había sabido a poco.
Gracias a ti, Descemer, por tanto y tanto talento, por tanta y tanta música.
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