28 de noviembre de 2017

El canto que no cesa (o la belleza necesaria de ese instante en que el sosiego es música)


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FERNANDO J. LUMBRERAS.

Lo confieso, tengo una predilección absoluta por la poesía de Miguel Hernández por muchos motivos: porque Miguel fue un poeta hecho desde abajo, porque su poesía es, al tiempo, un canto a la calma, al diálogo y a la unidad tejida a mano, con la visión adolorida de un país ajado por cientos de llagas y desencantos.

 Aún tengo resonando en mi cabeza esas estrofas de Viento del pueblo que vine a descubrir siendo muy niño en el colegio y que dieron una radiografía de España tan hermosa como acertada desde su sensibilidad.

Miguel representa el canto herido de una España decadente y sombría, de lo rural asomándose a los estragos de la guerra, de la escasez de la posguerra, de la esperanza y del amor incondicional. Y cuando nos topamos con un disco como éste, que captura a plenitud esos ingredientes, el producto final no podría ser otro que canciones intensas, trabajadas desde el respeto, desde la memoria y desde la admiración.

No es mentira afirmar que Miguel dejó escrito hace muchas décadas los primeros pasos de esta producción, y que no lo supo. Que con la brillantez de productores y de artistas cuyas voces aparecen aquí todo luce como recién pulido. Su poesía de barro y de centeno se viste de ritmos impensables, sus versos melancólicos y pensados se tocan en la garganta de cualquiera de aquellos que se asoman para hacerlos aún más tangibles.

Este trabajo apela a una tranquilidad de la que bien necesitados andamos. Las prisas, la desacertada prosa o incluso otros universos musicales que venden, a su modo, otros poemas, tensan la cuerda de una estilística que muchas veces es humo contante y sonante. La poesía de Miguel Hernández y la música con que se hace este maridaje brillante casan por su novedad inusitada, por su búsqueda implacable de una belleza ya alcanzada, porque las voces son las imprescindibles, sin ecos ni añadidos.

Es este Canto que no cesa una oportunidad para encontrarnos en soledad con poemas escritos, muchas veces, en soledad, en la soledad del campo o en la de una cárcel donde acaso los escribió su autor entre penas y penumbras, entre duermevelas y lágrimas, cuando ya se desmoronaba todo. Y Paco Ortega vino a darles sólo un poquito más de luz pero si te acercas un poco más sientes las manos temblorosas de quien los escribió y el oído fino de quien los ha musicado, desde el amor y el respeto a un poeta fundamental, justo y necesario.

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