Alejandro Sanz compuso las canciones de “Más” encerrado en el interior de su habitación veinticuatro horas al día durante semanas. Su carrera se había edificado de manera sensata desde las canciones de “Si tú me miras” y “3” y para ‘Más’ volvió hasta Italia para grabar el álbum con Emanuelle Ruffinengo como productor en los estudios Excalibur de Milán. El resultado era una eficacísima colección de canciones atrayentes como el imán, una producción con regusto a-la-italiana que mejoraba el camino marcado por su anterior trabajo y trazaba las líneas maestras de la marca personal del artista que culminarían en las canciones de “El alma al aire”, el punto final de la trilogía Ruffinengo. Grabado casi en su totalidad por músicos italianos, incluye la guitarra de Vicente Amigo, y de sus diez canciones siete fueron lanzadas como sencillos: ‘Y, ¿si fuera ella?’, ‘Corazón partío’, ‘Amiga mía’, ‘Aquello que me diste’, ‘Si hay Dios’, ‘Siempre es de noche’ y ‘La margarita dijo no’, completando un batallón de éxitos pop sin precedentes en la música española.
Una vez finalizada la grabación de “Más”, a principios del verano del 97 Alejandro inició la ronda promocional, como marcan los tiempos, por la prensa. Comenzamos la promoción con cierta tibieza por parte de los medios en un hotel de Arturo Soria. A pesar de ser un artista con unas ventas sensacionales por entonces, los medios escritos seguían relegando a Sanz al nicho del fenómeno fan y cantante para chicas. Sí, hoy puede parecer extraño, pero en junio de 1997 los únicos medios verdaderamente excitados cada vez que yo pronunciaba la palabra “Sanz” eran Súper Pop y Bravo.
Como decía, los medios (me refiero solo a la prensa escrita, la radio había caído rendida al talento de Sanz hacía mucho tiempo) ninguneaban reiteradamente cualquier presencia seria del artista en sus páginas. Pero si de algo estaba verdaderamente convencido Alejandro era del poder de sus canciones, y en el camino era un hombre muy paciente. Las ventas del disco con ‘Y, ¿si fuera ella?’ eran en otoño deslumbrantes, pero nadie imaginaba lo que estaba por venir. Justo a la vuelta de la esquina la publicación del segundo sencillo,‘Corazón partío’, desató el ciclón de ventas más memorable de la música española moderna y el ninguneo se volvió admiración como por arte de magia.La mezcla de son, tumbao, el toque flamenco, la luminosidad pop y la universalidad de lo latino convirtieron a ‘Corazón partío’ en un himno a los dos lados del Atlántico, una canción de la que materialmente era imposible escapar, poderosa y audaz y de una exquisita brillantez en todas y cada una de sus partes, un hallazgo que combinó calidad y comercialidad de una forma irrepetible.
Como decía, la paciencia y el talento de Alejandro me regaló una experiencia profesional verdaderamente placentera y la oportunidad por fin de recibir el asedio de todos los medios implorando por su porción. La repercusión global del ‘Corazón partío’ retrató hasta el ridículo la obtusa posición que había mantenido hasta la fecha una gran parte de la prensa, que esclavos de su propio prejuicio snob no pudo más que claudicar ante el evidente clamor popular. Después de la tormenta llegó la calma y aquel sabroso tumbao hizo imposible que los medios serios siguieran dando la espalda al madrileño. El hito de todo aquello seguramente llegó cuando viajamos hasta México con El País de las tentaciones, estandarte de la modernidad y lo recool para su reportaje de portada. Una vez que los modernos habían dado el visto bueno y confirmaban sacando pecho que Alejandro Sanz molaba, todo lo demás vino rodado, durante los siguientes seis meses no recuerdo un solo suplemento que no sacara a Alejandro en portada, una imponente presencia mediática tratándose de un artista de fans, ya saben.
Aquí ya no se trataba de si gustaba más o menos, de si aquellas canciones eran para chicas, bomberos o para obreros de la construcción, ‘Corazón partío’ era un fenómeno social que lo arrasó todo. No se han cumplido ni veinte años pero resulta difícil comparar hoy la marea que provocó entonces aquella canción. Sí, ya sé que son otros tiempos, pero piensen que “1989” de Taylor Swift fue el disco más vendido en 2014 con poco más de 3 millones de copias despachadas en todo el mundo. Solo en España, “Más” vendió 2,2 millones de discos de un total de seis en todo el planeta. Si lo circunscriben exclusivamente a España, imaginen el artista español que quieran, ese que está en boca de todos, multiplíquenlo por diez y aun así no le haría sombra al ‘Corazón partío’ y al resto de canciones de este disco. Por mucho que los tiempos hayan cambiado a uno le entra tiritera solo escribiendo las cifras.
En algún momento de las navidades de 1997, “Más” alcanzó la cifra de un millón de discos en España, número mágico y síntoma inequívoco de éxito y de haber hecho historia. Celebrábamos en la segunda planta de las viejas oficinas de López de Hoyos la hazaña entre copas de champán y bocados de jamón cuando Saúl Tagarro, presidente de la compañía, aterrizó en vuelo directo desde la tercera planta del edificio. “¿Qué estáis celebrando?” preguntó. “Ha vendido un millón… ¡pero es solo la mitad del camino!”. En realidad (y estoy seguro de ello) Saúl estaba orgulloso de su equipo y del trabajo realizado, pero él, seguramente mejor que nadie en la compañía, hombre del negocio de los de verdad y bregado en mil batallas, sabía que con aquellas diez canciones tenía entre las manos la colección más poderosa de la música española de todos los tiempos. Y no se equivocaba.Los 2,2 millones de discos vendidos solo en España dejaron el record de “Más” en una cifra imbatible, un salto tan largo como los 8,90 de Bob Beamon en Mexico ’68, un número que los estudiosos del negocio tendrán que buscar en las hemerotecas mientras se frotan los ojos.
Cuando uno escribe sobre artistas suele referirse a ellos por su nombre completo o a veces por hacerlo más corto solo utilizando el apellido. A Alejandro Sanz me gusta llamarle Alejandro a secas. No se trata de un gesto de compadreo ni nada parecido, supongo que a estas alturas a uno la palabra amigo se le queda un poco grande, los amigos toman cañas los domingos y suelen ir al cine de vez en cuando y creo que nunca hemos visto ninguna película juntos más allá de las que nos ponían en el avión desde Madrid a Buenos Aires o de Santiago a Miami. Lo que sí es seguro es que habiendo trabajado muchos años juntos Alejandro indudablemente es colega, un colega de profesión si quieren (en inglés la palabra colleague tiene más sentido), pero colega al fin y al cabo. Es curioso que incluso cuando uno ya no tiene vínculos profesionales con él sigue desplegando un magnetismo único, una especie de cordón umbilical permanente que ata a los que los han tratado in eternis. Uno siente curiosidad por saber cómo le va, por escuchar sus nuevas canciones y desea que le vaya bien de verdad aunque ya no le vaya nada en ello, un don que regala haciéndote socio de su equipo de manera vitalicia.
Supongo que ser artista es muy difícil (imposible ponerme en su lugar). Y también es difícil admitir verdadera admiración por gente con el talento de hacer cosas de las que tú no eres capaz. Los aduladores y aprovechados suelen merodear cerca de las estrellas. La adulación suele ir acompañada de mentiras y el pelota casi siempre es incapaz de enfrentarse con el artista a la hora de decirle, por ejemplo, que algo de su producción no es bueno o sencillamente no le gusta. A mayor tamaño del artista, mayor el temor a decir la verdad, una ecuación bastante idiota que me temo que no hace favor alguno. Son los artistas/personas los que en última instancia deben discernir quienes les quieren de verdad y quienes se acercan con intereses exclusivamente particulares, una delgadísima línea que seguramente también les provoque cierto sentimiento de soledad a pesar de estar permanentemente acompañados, toda una paradoja.
Al carajo la objetividad. Aquí yo decido lo que me gusta y me emociona, y de la producción discográfica de Alejandro Sanz me gustan muchas cosas, no lo puedo negar; la ingenuidad y frescura de “Viviendo Deprisa”, las muchas pistas que ofrece “Si tú me miras” sobre su verdadero talento para hacer canciones y “3” incluye ‘Mi soledad y yo’, tan melancólica como hermosa. “Más” encierra diez canciones irresistibles y después de “El alma al aire” (con más brochazos que pinceladas, en mi opinión) el cambio de paso con “No es lo mismo” le devuelve inesperadamente con aires renovados, sobre todo gracias a la canción del mismo título, para coger impulso y ofrecer más tarde el fenomenal “Paraíso express”. Entre medias de los dos últimos y completamente al margen aparece un escenario sombrío, y es que cuando escucho “El tren de los momentos” se vuelve un artista al que no reconozco. Pero incluso aquí, cuando buceas en la oscuridad atormentada de ‘A la primera persona’, uno no puede dejar de asombrarse ante destellos de brillantez estremecedora.
A veces, cuando leo una crítica relacionada con su trabajo observo, aunque aparentemente no sea de una manera demasiado evidente, cierta condescendencia con sus canciones, se le atribuye el éxito (obviamente innegable) pero se le niega el mérito artístico que le ha llevado a lograrlo. Esa epidemia de base atrincherada esencialmente en una envidia trasnochada da bastante pena, una idea sujetada con el pueril argumento de no ser un artista cool, una lectura tan estéril como zafia y rencorosa, pero muy española, eso sí. Sus canciones han emocionado y emocionan a millones de personas, ya no solo en España sino en muchos –por no decir todos– los países de América, un enorme ejército de seguidores que poco o nada les importa el significado de la palabra cool.
ara una gran mayoría de críticos resulta inverosímil disfrutar de las canciones de Alejandro Sanz al mismo tiempo que se celebran las nuevas grabaciones de, por ejemplo, Los Planetas. De hecho, solo mencionándolos en un mismo párrafo, parece que uno esté profundamente enajenado bajo los influjos de quién sabe qué tipo de sustancia alucinógena. Por el motivo que sea (mí única conclusión la encuentro en escopetas de gafapasta cargadas de envidia y celos) estas cosas no ocurren fuera. Cuando una canción alcanza el estatus de icono en Inglaterra, por ejemplo, por muy moña que sea si es que este fuera el caso, los artistas y medios le rinden el tributo que merecidamente se ha ganado. Esa muestra de respeto ya no es solo hacia el artista que la ha creado, por extensión es también una deferencia y gesto de cortesía a todas las personas que han escogido la canción como una parte importante de sus vidas. Me viene a la cabeza la versión de Coldplay de la canción ‘Back for good’ de la boyband (manda huevos) Take That. A priori Coldplay representan el paradigma del grupo comercial pero creíble, y al igual que el resto de la prensa británica no muestran remilgo alguno cuando toca homenajear (o criticar si es necesario) las joyas que han hecho del pop inglés santo y seña de la música popular. Desgraciadamente por aquí trabajamos mucho mejor el chismorreo y la crítica de taberna, olvidándonos que, tal vez, solo tal vez, aquel tipo con el corazón partío tenga en el fondo un poquito de talento.
Ya sea lleno de mermelada, crema chantilly o de sirope, Alejandro Sanz siempre incluye ingredientes comestibles para todos los públicos (comestibles a su pesar incluso para aquellos que juegan a los haters desde sus naves nodrizas de independencia mal entendida). Todos y cada uno de sus discos esconden momentos de celebración efervescente, canciones pop construidas a base de matices, poesía y pequeños detalles cocinados por un tipo de estilo inimitable que sabe lo que hace. Es verdad que “Más” es solo un disco, posiblemente ni siquiera su mejor trabajo, pero regresar a él es un ejercicio de tributo necesario, un trabajo comercial que cambió las reglas del mercado, el disco que en muchos aspectos redefinió las normas del negocio y marcó nuevas metas para el resto de artistas que legítimamente aspiraban alcanzar los mismos resultados, la cumbre de un músico y compositor privilegiado. Y ya lo decía Elvis Presley, millones de fans no pueden estar equivocados.
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