Por FERNANDO J. LUMBRERAS.
Descalzos por La Habana, al menos metafóricamente así viajamos esta noche ante una Diana Fuentes que se iba creciendo en el escenario canción por canción. Vestida de rojo y llena de estrellas, fue una estrella más, suelta y desatada, con el único obstáculo de un escenario pequeño. De resto, todo fue grande: las percusiones sabrosísimas, la pareja de vientos en su punto, un bajo en absoluto estado de gracia y la guitarra de Eduardo Cabra (Calle 13) que, aunque no brilló excesivamente, dejó un muy buen sabor de boca a los asistentes.
Hubo quien pensó que el tono a veces comedido de la voz de Diana en su último disco o la aparente timidez que parece desprender iba a imponerse a las canciones con más movimiento, pero no fue así. Fuentes comenzó fuerte, siguió fuerte y terminó con un público entregado, bailando y dejando claro por qué el talento que rezuma es digno de verse también en este lado del Atlántico.
Muy interactiva con el público, la poderosa voz de la cubana se complementó a la perfección con bailes zingarescos y ese regusto de lo tropical bien tensado, con una importancia fundamental de las percusiones, de los sonidos rapeados que el bajo vistió casi de gala. Y poco a poco, me vi recordando la capital cubana que tanto me marcó cuando tuve el lujo de conocerla. Allí estaba a iconografía de la Cuba callejera en cada nota en canciones que sólo en la voz de una cubana salen como tienen que hacerse las cosas buenas. Y disfruté Cuba a la distancia, swing a swing, con un repertorio que navegó con acierto entre los dos discos de Diana y nos dejó el regusto de los mensajes de Carlos Varela, auténtico cronista de esa Cuba querida, rotunda y sobria.
Me gocé el concierto, señoras y señores, me gustó ese lento navegar del pop hacia esos ritmos callejeros que parecen encontrar en Diana Fuentes un camino en el que va a ir cuesta abajo, sembrando éxitos y éxitos, un camino en el que, sin duda, también pasearemos sus seguidores, descalzos por La Habana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario