22 de septiembre de 2015

Serrat se disculpa a lo grande con un concierto magnífico en Madrid



Por FERNANDO J. LUMBRERAS.

Joan Manuel Serrat consiguió anoche lo que otros artistas a los que he visto en concierto no han conseguido nunca: puso en pie a un Palacio de los Deportes absolutamente abarrotado pero es que también me arrancó alguna que otra lágrima, disparando con sus canciones al corazón, tocando directamente lo personal.

Tres partes muy claramente diferenciadas encontramos en el recital de Serrat: por un lado las canciones menos conocidas de su repertorio, cantadas en catalán y en castellano; le siguieron los clásicos que nunca fallan y remató con un fin de fiesta magnífico, con la presencia en el escenario de Dani Martín, Pasión Vega, Abel Pintos, Joaquín Sabina y Ana Belén. Ahí es nada.

Serrat se rodeó de experimentados músicos y se propuso enmarcar muchas de sus canciones dentro de un universo personal. Allí fue cuando se erigió en dueño y señor del escenario, allí no le hicieron falta invitados, porque él solo, cual torero, se echó la manta a la cabeza y trabajó un show elegante, a la altura de las hermosas canciones, un concierto de etiqueta pero sin tabúes, porque se tocaron muchos temas y todos bien.

Excelente sonido y magnífico repertorio en el que no eché de menos ninguna de las canciones de siempre, un concierto hecho para emocionarse, efectivo pero, al mismo tiempo, sorprendente. Poco importaba que el artista barcelonés hubiera de suspender la actuación en la primera mitad del año, porque se resarció a lo grande y rubricó cada tema con su sello personal, con un elegancia y sobriedad pero, es que, al fin y al cabo, eso es Serrat.

Manejados los ritmos con absoluta eficacia, el músico sabía perfectamente cómo dosificarnos las emociones y lo hizo con canciones de temáticas más profundas y otras más triviales, lo fue haciendo cual sastre que confecciona un buen traje. El resultado fue la satisfacción general y que nos fuimos con la sensación de que Joan Manuel es un experto para hacernos olvidar las preocupaciones más allá de las puertas de cristal del recinto madrileño. Allí había un sentimiento hermoso, una complicidad buscada, casi un enamoramiento artístico que se renovaba segundo a segundo.

Su Antología desordenada nos invitaba a reencontrarnos con el mejor Serrat y eso fue lo que vimos anoche, a un Joan Manuel en absoluto estado de gracia; evocador, irónico, hasta con cierto aire de trovador sin remilgos que lo mismo nos habla de complicadas historias de amor como de canciones de cuna. Supongo que esa es la magia de Serrat, que navega con solvencia entre muchas aguas y sigue con ánimos y ganas de hacerlo por mucho, mucho más tiempo.

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