29 de julio de 2016

El viaje por la decepción de Ricardo Arjona

Por FERNANDO J. LUMBRERAS.

Hace más de quince años que sigo la música de Ricardo Arjona, lo descubrí gracias a Cuba, Y recuerdo con cuánto entusiasmo celebraba la aparición de disco tras disco. Pero hubo un momento, quizás hacia el final de Santo Pecado, en que percibí que el guatemalteco había iniciado un nuevo ciclo. Y no sabía qué tan importante sería esa nueva ruta en la composición que había decidido seguir. En realidad, estaba asistiendo a un progresivo declive del artista, a una repetición de clichés e iconografías que comenzó a disipar ese entusiasmo.

Adentro me pareció que generaba chispazos de ilusión, pero se quedaban en eso, en meros chispazos. Y luego vino Quién dijo ayer. Y así comenzó el desfile de refritos, solo o en compañía, Un compilado en que, casi como salvación, Arjona metía dos canciones nuevas pero el resto eran rescates de temas con los que dio el salto y se instaló en la fama.

De su etapa en Warner... uffff ni comentarla. Me encontré con Quinto Piso, un disco oscuro, surrealista pero con algunas pinceladas de genialidad, denuncia social y su romanticismo castigado, con la siempre efectiva oda a la soledad o el amor por personajes estrambóticos. Pero después llegó Poquita Ropa, el que parece un álbum para rellenar un contrato con el que sentía que Ricardo no estaba conforme. Un disco sobre todo acústico, nacido del duelo personal, pero en el que sus canciones sonaban, metáforas incluidas, exactamente iguales. Tenía su toquecito de alegato social, con el sencillo Puente rompiendo esa monótona querencia a lo acústico como elemento de encontrarse con la intimidad. Pero, una vez más, volvían los amores con personajes rimbombantes (una bailarina de striptease que acabó siendo drogadicta), la poesía algo nerudiana y el erotismo comedido.

Y de aquí Ricardo crea Metamorfosis, su propia discográfica. No sé si hastiado por la maquinaria aplastante de la industria o por la necesidad de explorar nuevos sonidos. Y aparece Independiente, un disco espléndido, con canciones que casi parecen rescatadas más que compuestas, con orquestaciones de sastre y presupuesto generoso. Era una magnífica carta de presentación para un nuevo sello, pero también un hermoso espejismo.

Después un concierto entero, un repaso de su gira con una canción escondida que ni siquiera aparecía en los títulos de créditos y que se llamaba Cada quien con su invierno. Era la apoteosis del genio en su ignorado declive. Aquí había comenzado el Arjona de hoy, pero él no lo sabía. Y con Metamorfosis encontramos que dos de los cuatro discos de Arjona son compilados, eso sólo puede obedecer a que el artista no encuentra demasiada inspiración y que no son buenos tiempos para su lírica.

Apague la luz y escuche es la confirmación inequívoca de ese declive. Arjona echa mano de lo acústico para rescatar canciones en las que ni siquiera su voz es la de antes. Y, una vez más, como si enmendara ese refrito, trae tres canciones nuevas que, bien miradas, no suenan a nuevas si tenemos en cuenta que suenan como las otras.

Sinceramente, a un artista como Ricardo Arjona se le puede exigir más. Ahora parece haber encontrado un relativo acomodo en las canciones de hace décadas pero el público necesita cosas nuevas y él tiene capacidad para darlas: una discográfica que no le ata con contratos, televisión para mirar el mundo con otros ojos, dinero para viajar y conocerlo con los propios y, sobre todo, una necesidad profunda de renovación.

Este último disco no es, sin duda, el mejor de su trayectoria, pero ojalá sirva para hacer ver que la inspiración toca fondo muchas veces y que las canciones de siempre aseguran ciertas ventas pero al mismo tiempo el hastío de cierta parte del respetable que, quién sabe, esta vez haya preferido apagar la luz y también el equipo de música.

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