CUBAPLUS.
Desde el mullido escenario de su butacón, sonriente y sin artificios, Luna rompe con cualquier estereotipo de diva contemporánea. Buena conversadora, no esquiva pregunta alguna y si acaso demora en responder, es porque sopesa sus juicios para no hablar a la ligera. Tampoco canta por cantar, aunque sí por amor al arte…
“De chiquita pensé que sería cualquier cosa menos artista, aunque antes de hablar ya cantaba”, evoca Luna, fruto del amor de una directora teatral y un escenógrafo. Fue su abuela, sin embargo, quien tuvo la claridad para inculcarle la música a aquella chiquilla que se la pasaba pintando paredes propias y ajenas.
Pero Elodia Bacallao no le cantaba a su nieta nanas tradicionales, sino clásicos de la trova, como Perla Marina o Santa Cecilia. Luna las entonaba con histrionismo infantil y una vocación de filin insospechada para su edad. Fue una niña poco convencional, sin dudas, que quiso hacerse cellista porque creía que a su padre le habría gustado…
Cosas de la vida, una escuela de música la rechazó alegando que no tenía memoria musical. Ahora parece un chiste, pero entonces fue un duro golpe que solamente la hizo desearlo más y luchar por entrar, hasta que finalmente lo consiguió. Comenzó entonces a complementar su educación musical hogareña con clases de teoría, y entre otras cosas, en las aulas descubrió el jazz…
“Quizás suene a cliché, pero mis referentes comenzaron a ser Ella Fitzgerald y Sarah Vaughan”, nos confiesa Luna, devoradora temprana de la buena literatura rusa, gracias a un entorno intelectual que la inspiró y la dotó de héroes insólitos en una adolescente, como Sabina, Spinetta, Sindo o esos Beatles que pocos como ella versionan en Cuba.
Estas preferencias no la hacen, ni mucho menos, alguien elitista. “Todo artista hace concesiones, en busca de un equilibrio o posicionamiento. Yo también lo he hecho, pero de manera responsable”, estima. Por ejemplo, ella ha sabido apropiarse de códigos de su generación para llegarle, sin caer en el facilismo de ceñirse una minifalda para cantar un merengue electrónico, garantía de éxitos efímeros y prescindibles...
“Quiero acercarme a la gente dando un mensaje, con un significado. Creo que como artista tengo el deber de aportar, de incluir, nunca de marginar. No pienso solo en el público que ya tengo, sino en aquel que no conoce otras cosas. Me voy sintiendo cada vez más responsable”, afirma Luna, cuyo primer disco, producido por Descemer Bueno, maneja arreglos con una sonoridad actual, atrevida, sensual incluso, pero respetuosa.
Con su voz Luna puede cantar de todo, pero no lo hace. Es muy selectiva al escoger su repertorio. La canción suele enamorarla. Montarla luego es un proceso interpretativo digno de Stanislavsky, creando a partir de sus propias experiencias, involucrándose con la canción, poseyéndola, haciéndola completamente suya…
Por eso algunas se le resisten, pues llegan a dolerle. A veces la letra la afecta tanto que el canto se niega a salir, atrapado por un nudo en la garganta. Hay otras canciones que, sencillamente, no puede terminar. Ya sea un tango llamado Sonia, un poema de Jara o una metáfora de Pedro Aznar.
Fan de la música brasileña, intrigada por la africana, seducida por el impresionismo, Luna confiesa que oye de todo, incluso las cosas más raras. Le hubiera gustado conocer a Michael Jackson, una personalidad que aún la intriga, y no duda que Mozart fuera el gozón que perfiló Milos Forman en su filme Amadeus. No le interesa componer, porque sabe que lo suyo siempre ha sido, es y será cantar. Y como para recalcarlo, canta el “Por tuda meu vida” de Jobin, y uno siente que escuchándola podría esperar la eternidad...
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