22 de febrero de 2017

Madrid da la bienvenida con aplausos a la música de Vicente García


La imagen puede contener: una o varias personas, personas en el escenario, personas tocando instrumentos musicales y noche

FERNANDO J. LUMBRERAS.

Estaba prácticamente todo el papel vendido. Instantes antes, se podían palpar las ganas de ver a Vicente García sobre el escenario con su extraordinaria colección de canciones. Y no defraudó. El quisqueyano llegó tras el rumor del mar, casi omnipresente en un concierto mágico. Magníficamente acompañado comenzó a cantar, primero con un enfoque más baladista, tratando tal vez de medir la respuesta de este primer examen en un escenario en el que en ningún momento se sintió ajeno, pero después llegó la bachata y con ella sus paisanos reconocieron al artista que no habían olvidado cuando salieron de la isla.

Vicente canta a la intimidad desde la intimidad, no es un cantautor al uso, tuvimos la oportunidad de sentirlo cuando charlamos con él, hace unos días, y desgranábamos su último disco desde la sencillez de quien empieza una carrera lejos de casa. Había venido para quedarse y con un disco hecho a mano, sencillo pero, al mismo tiempo, lleno de matices, un disco espiritual en cuanto que A la mar recoge percusiones antillanas que nacen de manifestaciones mágico religiosas que derivaron luego en otras temáticas.

El concierto de anoche puso de manifiesto la innegable capacidad de crear desde el sentimiento de patria que subyace en las letras y los ritmos de Vicente García, pero también nos adentró en dimensiones sonoras que, según mi juicio, son tratadas con pocas justicia por los que denominaría medios masivos en este país. Qué ha de hacer un músico de esta categoría en un mercado tan complejo para sonar con la misma cotidianidad que otros de los que casi nada puede decirse. Anoche había canciones tanto de este A la mar como del anterior trabajo, Melodrama, que bien podrían estar en lo alto de las listas de éxitos si dejasen de considerarse artistas así como músicos de minoría.

Ayer no había minorías en Galileo, ayer no pocos españoles se sentaron a escuchar los mensajes de amor y océano de Vicente, no pocos artistas se acercaron —tuve la oportunidad de saludar a más de uno— para encontrarse con el amigo, con el colega de profesión pero, sobre todo, con el músico. Rozalén lo sabe bien, que estuvo de invitada y se marcó con él una bonita canción.

Lo de anoche en Galileo tal vez partiera con la idea de ser algo íntimo y cercano, un encuentro más que un concierto, pero ni a la música ni al mar se le pueden poner límites.

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