20 de noviembre de 2017

La mejor promesa musical de Pablo Alborán ya está en la calle


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FERNANDO J. LUMBRERAS

El viernes salió a la venta el nuevo trabajo de Pablo Alborán. El malagueño se había tomado dos años lejos de las listas de éxito y de los trasiegos de la fama para centrarse en esa calma tan necesaria en estos textos que corren pero en el último tramo de ese receso estuvo bien volcado en la producción de un disco lleno de libertades creativas, eso es Prometo, mucho más que un retorno, mucho más que el efectivo intento de encaramarse a lo más alto de las listas de éxito (que se conseguirá).

Cuando uno conoce a Pablo Alborán todavía sigue viendo a ese muchacho capaz de desbordarse ante los flashes, las preguntas indiscretas o la maquinaria implacable de la industria discográfica. Por eso entiendo que se hiciese necesario apartarse de todo, tomar un avión y convertirse en un perfecto desconocido al otro lado del planeta.  Y musicalmente hablando, lo ha vuelto hacer, su iconografía narrativa estratosférica consigue encontrar una nueva dimensión del pop español, ahí sigue efectivo y renovado, más volcado si cabe en la balada pero inclinado intencionalmente hacia la electrónica sin que ello signifique renunciar a su esencia, que está más activa que nunca.

Prometo (Parlophone, Warner) es un disco de contrastes y de libertad. De contrastes por la cantidad de ritmos que se agolpan en la decena larga de canciones que lo componen, en donde los latinos ocupan parte fundamental, desde el pop más ortodoxo ta sutiles pasos por la bossa nova o flirteos con los sonidos urbanos.Si hasta la portada misma es ya un contraste entre el fondo y la tipografía, reflejo fiel de lo que vamos a escuchar antes si quiera de abrir el empaque. De libertad por los plazos que se ha dado en su creación, por las licencias creativas que en otro artista parecerían imposibles y que en el malagueño han sido magníficamente canalizadas por un Julio Reyes que ha sabido sacar de Alborán su mejor faceta.

Pero Prometo es, sobre todo, la llamada a pensar que, pese a invasión de los ritmos urbanos, aún queda tiempo para la ortodoxia pop en su más pura esencia, no es necesaria la añadidura de estilos diversos para que suene mágico y arrebatador, no hacem falta beats de ordenador para hacerse comercial ni encerrarse en metáforas incomprensibles para sonar trascendente. La programación entra en su medida justa y las metáforas construyen un rosario de juegos léxicos brillantes, sensuales y hasta podría decirse que ambiguos. es el punto culminante de un artista que sigue pasos muy similares a los de estrellas latinas ya consagradas, aunque eso tal vez ni él mismo lo sepa ni haya necesitado nunca proponérselo.

Prometo es la apuesta de Warner para la Navidad, uno de los platos fuertes de este año que no nos defraudó y eso que sus competidores afilan las garras para preparar competencia igualmente valiosa. Vamos a esperar.

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