Nacido en Badajoz, aunque criado en el madrileño barrio de Lavapiés, Tena se metió en la música fascinado por el rock y el blues, con especial predilección por John Mayall. En la agonía del franquismo formó su primer grupo en 1977. Su nombre: Cucharada. Fue una suerte su colaboración con Lacochu (Laboratorio Colectivo Chueca). A partir de esta relación, la banda consiguió en 1978 colarse en el disco generacional Rock del Manzanares (Viva el Rollo v.2), editado por el sello Chapa de Mariskal Romero. Cucharada pasó a ser una de las formaciones más simbólicas de lo que más tarde se conoció como rock urbano, etiqueta que no siempre gustó a sus protagonistas.
Con todo, Alarma!!! sirvió también para anticipar el auténtico molde de Manolo Tena, que alcanzaría más éxito tirando por su cuenta. Como cantaba en la emotiva Frío, aquel cantante de chupa y patillas era “un extraño en el paraíso, un juguete de la desilusión”. Ávido lector de poesía, el músico introdujo más que antes en sus canciones el aroma de superviviente maldito, que, a fin de cuentas, ilustraba su propia figura existencial de adicto a las drogas con pronunciados descensos a los infiernos.
Pero, como en aquella isla de la Cartuja abandonada a su suerte tras el fulgurante fervor de la Expo 92, su carrera nunca volvería a ser igual. Tena, que entraría en la junta directiva de la SGAE, siendo uno de los músicos protegidos por la polémica entidad, cayó sorprendente, arrastrando sus problemas con las drogas. Cierto que no dejó de trabajar con gente como Miguel Ríos, Ana Belén, Luz Casal, Los Secretos, Rosario Flores, Siniestro total o Ricky Martin, pero tardaba años en sacar material nuevo y cada disco que salía era más intrascendente que el anterior.
Solo en el último año, tras siete de silencio discográfico, pareció recobrar el pulso con un álbum y un documental sobre su figura. Fue una vuelta alentada por su hermano Rafa y que vino acompañada por su presencia en el programa televisivo A mí manera, todo un vacuo ejercicio de nostalgia compartido con Marta Sánchez, Sole Giménez, Mikel Erentxun, Antonio Carmona o Nacho García Vega. En ese espacio de empalagosos homenajes, se veía a un Tena superviviente de su propia historia de éxito y fracaso. En el fondo lo era. Tena era todo un superviviente de esa generación de chicos malditos de la movida, ejemplificada en Antonio Vega, Álvaro Urquijo, Pepe Risi, Carlos Berlanga o Antonio Flores, que cruzaron más de la cuenta el límite de los excesos.
Lo era hasta hoy, aunque todavía resuene su característica voz carrasposa, desnuda bajo las lluvias.
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