FERNANDO J. LUMBRERAS.
Si tuviese que ponerle un adjetivo al concierto que anoche ofreció Ricky Martin en Madrid, utilizaría la palabra: vertiginoso. No hubo espacio para aburrirse, no hubo quién dijera que las canciones no recogieron el extenso repertorio de grandes éxitos del cantante puertoriqueño, por no haber, como ya se había venido diciendo desde hacía semanas, no había ni un sitio libre.
El escenario se apagó pocos minutos después de las nueve y media de la noche y allí, cuando murieron las luces de la plaza comenzó ese viaje casi selvático, con tambores tribales, con metales desbordados y con un Ricky Martin absolutamente entregado.
Canción a canción, todos nos convencíamos de la absoluta y pronta conexión del artista con este público que le extrañaba, que se rindió ante ritmos frenéticos pero también ante medios tiempos y baladas que casi podría decirse que son insuperables.
Una vez más, y ya es casi nota que aparece forzosamente en cada concierto que se libra en Vistalegre, el sonido fue nefasto. Y fueron varios sectores del respetable los que se quejaron. En determinados momentos del show, no se entendía la letra de las canciones y ello motivó cierto descontento que muy pronto se fue apagando.
Si hubiera que nombrar un momento en el concierto que resumiese esa mágica simbiosis entre Martin y el público fue en los compases de Por arriba, por abajo. El boricua alargó el tema hasta lo inimaginable para, poco a poco, llenar de magia el recinto. Daba igual, el respetable estaba convencido de que estaba ante uno de los grandes conciertos del año e inclemencias técnicas aparte, lo fue. Es más, si se hubiera elegido un mejor recinto, más grande, mejor acondicionado para los conciertos, si a los fotógrafos se les hubiese ubicado mejor y si no hubiese hecho ese calor asfixiante que, a ratos, tuvimos, Ricky Martín habría llenado cualquier otro lugar de Madrid en el que hubiese cantado, Su ritmo estaba llamado a tomar Madrid y nosotros estábamos deseando mover las piernas y quedarnos sin garganta.
Ver a Ricky sobre el escenario es asomarnos a la realidad musical latina en la que, como iceberg, a España nos llega sólo una punta. Hay mucho, mucho más. Lo que vimos fue grande. Muy grande.
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