Llama la atención cómo quien tuvo el mundo a sus pies pudo terminar sumido en el más impenetrable de los olvidos: “Será porque he hecho todo lo posible por complicarme la vida”, manifestaba Barbieri hace unos años, “y lo he conseguido”. Por algún motivo, la crítica sigue empeñándose en incluirle entre los pioneros del latin jazz: “Yo no tengo nada que ver con eso”, insistía el interesado. “Tanto que los músicos de jazz no me consideran un músico de jazz y los músicos latinos no me consideran un músico latino”.
Inspirado en el cinema novo de Glauber Rocha, Leandro Gato Barbieri abrazó la causa de un tercermundismo bolivariano de perfiles inciertos: “Glauber me hizo entender que yo, como subdesarrollado, tenía los mismos problemas sociales, que yo también tenía mis raíces musicales”. El de Gato Barbieri era “un arte comprometido con las luchas del pueblo que no podía ser complaciente con los dictados del mercado burgués y el entretenimiento”, escribió Diefo Fischerman. Por el jazz, a la revolución. O así.
Más allá de cualquier otra consideración, Michelle tenía contactos, algo imprescindible para quien pretendía sacarle el jugo a la dolce vita romana. El matrimonio va a pasar de las fiestas más exclusivas a las jam sessions de free jazz más elusivas donde el saxofonista va a alternar con los más grandes: Enrico Rava, Don Cherry y, tiempo al tiempo, Charlie Haden. Consecuencia de su actividad entre bastidores, va a recibir la llamada de Bernardo Bertolucci para componer la música de una nueva película: “Me dijo: 'No quiero que la música sea demasiado Hollywood o demasiado europea, un término medio”. El último tango en París proporcionó a Gato Barbieri fama, dinero y algún quebradero de cabeza, tras ser acusado de traición por el maestro Astor Piazzolla: “Supongo que se sintió herido en su orgullo porque Bernardo me encargó el trabajo a mí y no a él”.
Situado en la cumbre de la popularidad, Barbieri posa desnudo para Alicia D'Amico. Su sonido exasperado le ha convertido en el sucesor al trono de John Coltrane: “Cuando toco el saxo toco la furia, la confusión…”. Sus discos-proclama se venden como churros: The Third World, Chapter One: Latin America(1973), Chapter Two: hasta siempre (1973), Chapter Three: viva Emiliano Zapata(1974), Chapter Four: Alive in New York (1975)… Con Caliente (1976) quedan en evidencia los cambios operados en el saxofonista que, ahora, se esconde bajo el paraguas de su nuevo productor, Herb Albert: “Gato Barbieri irrumpió en el mundo del jazz como una bengala”, escribía José Ramón Rubio en EL PAÍS. “Entonces la bengala llegó a lo alto, estalló y se convirtió en lo que se convierten las bengalas: en nada”.
Y llega el silencio. Van a ser décadas de oscuridad, enfermedad y adicciones varias. Alejado de los escenarios, Barbieri se ve acosado por la ceguera, producto de la degeneración macular, y la depresión, tras el fallecimiento inesperado de Michelle. Su apartamento frente a Central Park, atestigua Basabilbaso, contenía más píldoras y medicamentos que la mayoría de las farmacias. Para más inri, ha perdido sus dientes: “Unos los perdí, los otros se los comió el perro, hijo de puta”.
Un repaso somero a la hemeroteca, por lo que toca a sus apariciones públicas no muy frecuentes en nuestro país, deja tras de sí un panorama desolador. San Sebastián y Madrid fueron escenarios de otros tantos escándalos por parte de un respetable que pudo sentirse estafado ante la falta de profesionalidad del artista. Un tema que, con bastante probabilidad, no preocupaba al interesado.
“¿Y cómo le gustaría ser recordado?”, le pregunta Teodelina Basabilbaso. “Oh no, no me importa”, fue su respuesta.
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