24 de junio de 2017

El eterno amante bandido ejerce de animal escénico ante unas 10 mil personas en Madrid


La imagen puede contener: 2 personas, personas tocando instrumentos musicales y noche

FERNANDO J. LUMBRERAS/NATH CALL.

Anoche, Miguel Bosé no salió con el reclamo de ser un gran artista (pero lo es), de hecho, luego de la enumeración, uno a uno, de los músicos que le acompañarían en ese periplo de dos horas por su música, su nombre apareció bajo las letras 'Con la colaboración especial'. Esto se llama humildad, la humildad de un artista total que se ha venido reinventando década a década, canción a canción desde el vestuario, desde el blanco impoluto, al rigurosísimo negro de ahora, hasta la electrónica que viste su aplaudido repertorio.

Me encontré con un Bosé, sensible, reivindicativo y hasta podría decirse que centrado en un presente que vive con desencanto (no le culpo), pero este sexagenario que siempre ha estado viviendo en la ambigüedad o en el universo mismo de los genios, supo siempre mantener el control de su iconografía musical, supo siempre —y anoche lo demostró con creces— asomarse al lado penumbroso de la música para convencer, aunque ya nada tenga que demostrar porque todo lo ha ganado, desde los premios internacionales que uno quiera recordar hasta el favor del respetable.

La gira española que inició en Madrid es una invitación estupenda para viajar por cuatro décadas de canciones, algunas con más brillo que otras pero siempre integrantes de un olimpo inconfundible que podríamos denominar Bosé en todo su conjunto. Allí viven baladas, ritmos más discotequeros, esa electrónica un tanto oscura que su voz acopa como el sastre compone un patrón... 23 canciones para resumir cuatro décadas de historia dan para muchos dulces.

Y el mejor de esos caramelos se lo llevó Vanesa Martín. Afirma el propio Bosé que Si tú no vuelves es la mejor canción que ha escrito nunca. Ayer la compartió con la malagueña y el publico se catapultó a esa historia de amantes alejados poética y cuerda de un modo casi astral. Miguel es un músico inteligentísimo, esa brillantez le da para convencer con un espectáculo que quizás en algunos aspectos se convirtió en una maraña de sonidos a lo mejor algo apabullante pero, por otra parte, la nómina de invitados compensa cualquier pequeño descosido que pueda encontrarse accidentalmente.

El vacío de Bimba hizo que Como un lobo sonara distinta, sin tanta computación pero igualmente brillante y, por atreverse, hasta ese Creo en ti que escribiese hace ya tantos años José Luis Perales como un himno de amor incondicional, rellenó los vacíos de muchas almas que buscaban (o buscaron) encontrarse únicas entre un público heterogéneo y rendido.

Y así es Miguel Bosé, así nos invita a navegar en su nave de canciones maravillosamente acabadas, así voz y mirada (maquilladísima) firmaron anoche en Madrid ese pacto con la sensibilidad que pareció durar más allá de que el escenario se vaciase y hubiéramos de regresar a nuestro caótico mundo de negros, blancos y arcoiris.

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